De mariachi a escolta, enfermeros venezolanos se reinventan para sobrevivir

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En el oxidado armario de un hospital público de Caracas, Édgar Fernández mantiene un traje de mariachi que viste al menos una vez por semana. Con un sueldo casi insignificante como enfermero, las serenatas son su salvación.

Un show duplica su salario mensual, equivalente a 10 dólares, pero las presentaciones del «Charro solitario» han venido reduciéndose por la devastadora crisis, que obliga a los enfermeros a rebuscarse la vida como fabricantes de gominas, reposteros y hasta escoltas.

AFP / Federico PARRA«El salario como enfermero no sirve, trabajo de siete a siete, pero no puedo comprar nada», dice a la AFP Édgar Fernández, que actúa en grupo o como solista con pistas grabadas

«El salario como enfermero no sirve, trabajo de siete a siete, pero no puedo comprar nada», dice a la AFP Édgar, que actúa en grupo o como solista con pistas grabadas.

Cuando el show se cruza con la jornada hospitalaria, debe pagarle a un colega para que lo cubra y la ganancia, no siempre en dinero, merma.

«A veces me pagan (…) con harina, lentejas… prefiero esto a irme con las manos vacías», confía este camillero de 40 años, que sin poder pagar un alquiler vive prácticamente en el hospital Pérez Carreño, donde tiene por cama un sucio colchón.

Con su atuendo de chapas plateadas, canta en tabernas o casas, a veces contratado por antiguos pacientes. Con sacrificio, grabó un CD con el que toca puertas en emisoras en busca del golpe de suerte que lo lance a la fama.

En un bar semivacío donde sirven cerdo frito, a las afueras de Caracas, Édgar interpreta a todo pulmón una pieza de su ídolo, Vicente Fernández. Los pocos clientes tararean y le piden más canciones.

– Gel casero –

Para batallar con una inflación que según el FMI llegará a 1.000.000% este año, Francis Guillén fabrica fijador para el pelo que vende en el ajetreado mercado de Catia, en la capital.

AFP / Federico PARRA La enfermera Francis Guillén (izq.) fabrica fijador para el pelo que vende en el ajetreado mercado de Catia, en Caracas, el 21 de agosto de 2019

«Si no tuviera otro oficio, no sé qué sería de mí», asegura esta enfermera de 30 años, que vendiendo gel gana en un día lo que percibe en un mes.

En ocasiones su papá, también enfermero, la ayuda a mezclar los químicos en un balde en la sala de la casa. Su esposo, que renunció como bombero, apoya el emprendimiento.

Ha pospuesto su renuncia -dice- por «la vocación de servir», aunque está tentada a emigrar como lo han hecho 3,3 millones de venezolanos desde 2016, según la ONU.

Desde junio de 2018, unos 15.000 colegas (40% del total) renunciaron y muchos emigraron, según Ana Rosario Contreras, presidenta del colegio de enfermeras de Caracas, que pide sueldos en dólares para frenar la «estampida».

– Enfermo y escolta –

De día es escolta en una metalúrgica. También hace mudanzas, trabaja como mensajero o albañil: corpulento, Carlos Ruiz, de 42 años, afirma que hace «lo que sea para sobrevivir».

Pero aun sacrificándose no ha podido cambiar su uniforme de enfermero desde hace cuatro años. Necesitaría 10 meses de sueldo.

Además, lidia con la falta de insumos hospitalarios, de 80% en algunos rubros, según oenegés, y que el gobierno de Nicolás Maduro atribuye a una guerra económica de Estados Unidos y la oposición para derrocarlo.

«No falta quién nos acuse de robarnos medicamentos», lamenta Carlos, quien se dice «enamorado» de un oficio que le permitió presenciar el nacimiento de sus cuatro hijos.

En algunos hospitales, un solo enfermero debe cuidar a 40 pacientes, cuentan estos profesionales, que denuncian además «persecución laboral».

– Un toque dulce –

Con un salario simbólico, Camilo Torres vende pasteles y helados en su casa en el estado Bolívar (sur).

Camina dos horas hasta el hospital por falta de transporte. Fotos en Facebook atestiguan su precariedad: hace tres años pesaba 120 kilos, ahora 65.

«Estoy flaco y es por hambre», afirma este padre de tres niños, con los zapatos rotos. Una vecina lo ayudó a coserlos, pues un par nuevo triplica su sueldo.

El bono de dotación no le alcanzó ni para las medias y su uniforme luce «amarillo», pues comprar detergente es un lujo.

Pero se niega a claudicar: «mi vocación es salvar vidas. Si el hospital queda solo, estoy seguro que si hoy son 10 muertos mañana van a ser 50, y ese dolor no me lo voy a quitar nunca».

Una mística que también inspira a Édgar, quien le canta a sus pacientes: «alegro la noche», afirma. Pero si la situación no cambia renunciará y posiblemente emigre para ganarse la vida como enfermero… o mariachi.

VÍA -AFP

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