A lo largo de las primeras semanas de julio de 2016, un fenómeno extraño empezó a ocurrir en muchas partes del mundo. Un juego de móvil se convirtió en algo viral. Las calles de Barcelona, Melbourne, Singapur y Nueva York se llenaron de hordas de caminantes digitales que estaban inmersos en el juego de realidad aumentada Pokémon Go.
El juego popularizó la técnica digital superpuesta de realidad aumentada, con la que se pudo aunar el juego digital con los movimientos del jugador en tiempo real.
En su apogeo, las búsquedas de Pokémon Go superaron a las del porno en internet. Después se convirtió en un medio común y fue entonces cuando se convirtió en algo realmente interesante.
Sofía, una enfermera de 67 años de Badalona
Después de perder a su marido por culpa de un cáncer hace una década, a Sofía le resultó inicialmente muy difícil luchar contra la pena y la depresión. Sus hijas y sus nietos la ayudaron con esta transición.
Sofía tiene una relación especialmente cercana con su nieto de 7 años, Diego. Hacen muchas cosas juntos, compartiendo a menudo sus habilidades intergeneracionales. Precisamente fue Diego quien introdujo a Sofía en el juego de Pokémon Go.
Mientras caminaban juntos por las calles de Badalona, Diego le iba enseñando a su abuela las superposiciones del juego, dando un nuevo punto de vista a los espacios cotidianos que solía visitar en su día a día.
Diego le enseñó a Sofía el movimiento del dedo en la pantalla necesario para capturar los pokémones. Y también le enseñó a caminar de manera digital, es decir, cómo lo que pasa digitalmente en la pantalla está conectado y entrelazado con los movimientos del cuerpo en la vida real.
Pokémon Go le permitió a esta badalonesa descubrir las muchas maneras que había de reinventar su ciudad. Hasta que, finalmente, Sofía creó su propia cuenta de Pokémon Go.
De vez en cuando, Sofía se encontraba andando rápidamente por la calle embarcada en la búsqueda de nuevos pokemon. Viajes cotidianos al supermercado se transformaron en aventuras de Pokémon Go, en las que se inventaba nuevas maneras de llegar a casa para así poder capturar más ejemplares.
La ciudad se había convertido en un tejido complejo y superpuesto de cartografías digitales, materiales, medioambientales y sociales.
El juego también hizo que Sofía se sintiese en forma, e integrada en su comunidad. Además se convirtió en una abuela superguay a los ojos de su nieto Diego.
El Pokémon Go enriqueció la vida de Sofía: reinventó la ciudad en la que ha vivido toda su vida, le permitió desarrollar aún más su relación con su nieto y le proporcionó nuevas maneras de conectar con otras generaciones.
Pero la historia de Sofía no es una excepción. De hecho, su historia es un ejemplo más de cómo se están utilizando tecnologías “antiguas” de forma lúdica como ayuda para la salud, acercando a las generaciones mayores a sus comunidades urbanas.
Trabajadores sociales recomiendan Pokémon Go
Badalona es conocida por su sanidad pública innovadora, centralizada a través del ayuntamiento.
Aquí, los trabajadores sociales están recomendando Pokémon Go a clientes para mejorar los dos aspectos principales del envejecimiento saludable: el ejercicio y la inclusión social. El juego tiene una parte de cooperación. Por ejemplo, para ganar en un raid, un tipo de batalla particular en el juego, los jugadores se tienen que organizar para luchar juntos.
Nuestra investigación (aún sin publicar) utiliza datos de un bot de quedadas que creamos en la aplicación de Telegram, para ayudar a la gente organizar peleas contra los jefes (boss battles) de Pokémon Go.
Se contabilizaron más de 6 000 peleas a lo largo de 2018, con alrededor de 29 000 personas quedando y estableciendo conexiones y relaciones en Badalona.
Es más, hay mucho de lo que se puede aprender de las experiencias de Sofía que hace que nos tengamos que replantear cómo pensamos sobre el juego y la salud digital. Por ejemplo, la sensibilidad háptica del juego (la percepción de objetos a través del tacto) prioriza la percepción de movimiento, lo que juega a favor de la mala vista de Sofía, que solo va a peor.
Badalona es un ejemplo ideal de cómo el juego intergeneracional puede redefinir una ciudad al permitir a sus usuarios navegar por medio de los distintos sentidos -tacto, oído, y vista- que estimulan el juego digital.
El juego puede exponer sesgos en una ciudad
Hablar con Sofía como parte de nuestra investigación nos permitió reflexionar sobre cómo videojuegos como Pokémon Go ponen de manifiesto las paradojas de una ciudad cuando sus datos son recogidos por una aplicación.
Aunque Pokémon Go favorecía el ejercicio físico y la inclusión social como parte de su estrategia de juego, también mostraba cómo los sesgos sociales, culturales y económicos inherentes a una ciudad estaban implícitos en los movimientos cotidianos de sus habitantes.
Por ejemplo, el motor de juego de Pokémon Go utilizaba algoritmos de Badalona que reflejaban sesgos de discriminación. En otras palabras, los barrios periféricos tenían menos paradas pokemon.
Esto incluye áreas o zonas de la ciudad con una alta concentración de colectivos en riesgo de exclusión social y lugares que están más alejados físicamente del centro urbano.
Jugar prioriza la experiencia humana
Hay muchas cosas que podemos aprender de las estrategias para envejecer bien de Badalona, que se centran en las experiencias de vida. En vez de inventar nuevas aplicaciones para las cartografías de la ciudad, transforman lúdicamente lo mundano. Deberíamos mirar al juego cívico urbano para la innovación.
El juego es un concepto interdisciplinar que une ideas culturalmente específicas de creatividad y expresión. Permite formas de innovación social distintas a lo largo de mundos digitales, materiales y sociales.
El juego también nos puede enseñar cómo pensar sobre la intersección de la tecnología y la salud de manera diferente, dando prioridad a la experiencia humana.
Y en lo que se refiere al envejecimiento de la población, el juego puede ser la clave para crear enfoques centrados en los humanos del futuro.
Por Larissa Hjorth, Profesor of Mobile Media and Games, RMIT University y Jordi Piera Jimenez, Professor collaborator, UOC – Universitat Oberta de Catalunya