Diría que es un milagro si Thimbault, el francés de 28 años que hace cuatro cayó 12 metros desde un balcón y se quedó paralizado de hombros para abajo, no hubiera estado entrenando durante meses. O si decenas de equipos de médicos e ingenieros no llevaran décadas buscando un exoesqueleto funcional que los pacientes pudiera controlar solo con un implante cerebral. No es un milagro, pero lo parece.
Y es que hasta hace un puñado de años la idea de que un tetrapléjico pudiera mover brazos y piernas a demanda era un terreno abonado para la ciencia ficción. Hoy, por mucho que queden años para que estos dispositivos lleguen al mercado, ya son una realidad. Thimbault y su paseo de 480 pasos son la mejor muestra.
El paciente se entrenó con «avatar» en un videojuego y, en cierto sentido, tuvo que empezar a aprender a moverse de nuevo. Esto es así porque, como señala Alim Louis Benabid, autor principal de la investigación, «el cerebro todavía es capaz de generar comandos que normalmente moverían los brazos y las piernas, simplemente no hay nada para ejecutarlos». Ni biofeedback, dicho sea de paso. Hay que aprender otra vez.
El sistema necesita instalar dos sensores intradérmicos capaces de leer las señales de la corteza sensoriomotora. Esa información es procesada por un algoritmo que es el que traduce la actividad neuronal en comandos físicos. Algo que, al menos a este nivel, es bastante nuevo.
Los investigadores esperan que este tipo de dispositivos desemboque pronto en sillas de ruedas «controladas mentalmente» y, con el tiempo, empiecen a llegar exoesqueletos al mercado. «No se trata de convertir al hombre en máquina, sino de responder a un problema médico», explicaba Benabid. «Estamos hablando de hombre reparado, no de hombre aumentado».